Seguidores

domingo, 11 de noviembre de 2012

Capitulo 7:



Escuchaba mis pasos, cortos y acelerados, resonar en el pasillo con demasiada claridad. Tip, tap, tap, tip, tap, tap…
Acostumbrada como estaba a mis viejas converse aquellas bailarinas me resultaban tremendamente incómodas para correr. Más si le añadía que correr, no se me daba lo que se decía bien.
Había agarrado el camino más corto para ir hasta el gimnasio con la intención de llegar antes de tiempo y poder despejarme, dado que necesitaba un momento para pensar… aunque en realidad lo que quería era llegar antes que él.
Hasta entonces, no me había percatado, aunque podría ser que no había querido percatarme, de que habían puesto a Jack en la clase con la que compartíamos el gimnasio.
Pronto, después de abrir un par de puertas, entré en el gimnasio. Allí, por desgracia mis zapatos seguían haciendo ruido. Tip, tap, tap…
Para llegar al pabellón debía atravesar un largo pasillo que, como siempre, estaba a oscuras. Lo cierto era que con la crisis, nuestro instituto había dejado de cambiar los fluorescentes que se rompían o dejaban de funcionar y por desgracia, el de aquel techo había exhalado hacia poco su último suspiro.
Me senté en la oscuridad un instante, pensando que aquel sería un buen lugar por el momento. Pero me sentía un tanto estúpida, dado que, ¿es que era una niña pequeña? ¿Por qué tenía que esconderme? Suspiré, confusa.
De pronto algo me alarmó.
Un ruido sordo de algo que se había caído.
Mientras me quitaba un auricular del oído, escuché como alguien gritaba y a continuación emitía pequeños gemidos.
Me levanté de un brinco, asustada.
Al principio pensé que podría la persona que había gritado podría estar en peligro o que se había caído y quizá necesitase mi ayuda, así que corrí en la dirección de la que provenía el alboroto. Supongo que mi cara se volvió un poema, en cuanto me llevé la sorpresa de encontrar a Josefina  besuqueándose con Hugo.
Hugo, aquel chico de ojos verdosos, piel cobriza y sonrisa de idota. Estaba claro que era atractivo, pero para mí no era más era un gamberro, que pocas veces hablaba para decir algo coherente.
Sentí como si el corazón me diera un vuelco en el pecho, ya que Josefina, la chica con la que este estaba enrollándose, había sido lo más “parecido” a una amiga que había tenido en aquel instituto. Dado que me había defendido delante de Renata en varias ocasiones y habíamos compartido pupitre durante un tiempo. Pero a fin de cuentas ella había acabado cambiando y nos habíamos ido distanciando inevitablemente.
Sentí los ojos picarme. Agaché la vista y me mordí el labio, sintiéndome estúpida. Una de mis peores cualidades era que cuando sentía rabia o impotencia me ponía a llorar.
Volví a erguirme, conteniendo las lágrimas.
Josefina, aquella chica pelirroja que me había sonreído en tantas ocasiones que no podía contarlas. La única persona con la que había simpatizado después de Simon.
Recordar como en un tiempo habíamos estado unidas parecía absurdo.
Ella había cambiado mucho, tanto que había olvidado que yo existía.
Pasó de ser una chica de trece años, sonriente, pecosa y de mirada vivaracha a ser una adolescente voluminosa, que tonteaba con cuantos chicos se le pasaran por su camino y que podía hablar mal de su mejor amigo. A pesar de todo aquello, yo sabía que en el fondo de ella seguía habiendo retazos de mi amiga. Lo sabía por la manera que tenía de sonreír, que aún conservaba.
Sentí deseos de echar a correr en la dirección contraria, mis piernas me lo pedían a gritos (bueno si pudieran gritar me lo pedirían).  No obstante si daba la vuelta quizás me encontrara con Jack. Calibré si estaba dispuesta a aquello.
No, no lo estaba.
Carraspeé sonoramente, para hacerme notar.
Ya no había marcha atrás.
Josefina pegó un brinco y ruborizándose se apartó los mechones rojizos que le caían por la cara.
- Dana… ¿qué haces… aquí? – dijo, intentando parecer inocente, mientras le pegaba un empujón al cuerpo de Hugo para apartarlo de sí.
- Mmm… lamento interrumpir. – intenté reprimir el impulso de salir corriendo de allí, nuevamente, aunque aquella vez resulto más complicado, los músculos de las piernas me tironearon quejándose.
Hugo me miró como si fuera un piojo, mientras se abrochaba los botones del cuello de la chaqueta.
- No interrumpes nada. – intentó corregirme Josefina, aunque sus palabras sonaron absurdas incluso en sus oídos, por lo que volvió a colocarse el tirante del sujetador en su sitio. Por suerte la camiseta aún la llevaba puesta.
Me mordí el labio, intentando decidir qué decir a continuación. Lo mejor era quedarme callada. Sí.
Josefina se ruborizó aún más al ver que yo no decía nada.
- Hugo, por favor, ¿podrías irte? – le pidió ella mientras le empujaba suavemente con una mano, haciéndole señas para que se fuera.
Hugo salió por donde yo había entrado, con un malhumor que podía palparse en el ambiente, pasando como la electricidad por un cable de alta tensión.
Suspiré, aliviada, al menos Josefina no me mandaría miradas asesinas cada dos por tres.
Solté un suspiro, tan flojo que Josefina no llegó a oírlo.
Sonreí tímidamente, mientras me sentaba en un banco.
Pasaron unos segundos de silencio.
Luego ella también suspiró y se acercó, sentándose a mi lado.
El silencio volvió a prolongarse, extraño e incómodo para ambas.
- ¿Te has traído bailarinas? – preguntó, evasiva, Josefina.
- Sí. - Respondí, y de pronto sentí como el alma se me caía a los pies - ¡Mierda! – grité, fastidiada.
¿Por qué no me había traído otras zapatillas? ¿Por qué tenían que estar para lavar las converse y las sketchers?
Seguramente me llevaría una bronca por parte del profesor, aunque por otro lado, podía escaquearme de hacer gimnasia.
Solté un resoplido y me guardé el pelo detrás de la oreja.
Josefina juntó sus manos sobre su regazo y tiró su cabeza hacia atrás dejando que los mechones rojizas se extendieran por sus hombros. Pude apreciar que tenía una marca púrpura en el cuello, probablemente se la habría hecho Hugo.
- Hace mucho que no hablamos, Dana. – me sorprendió que recordara mi nombre – Nos hemos distanciado, ¿no crees? – sonrió un tanto. En aquella pequeña sonrisa encontré las fuerzas para finalmente hablarle. A fin de cuentas seguí siendo Josefina.
- No sabía que te gustara Hugo. – comenté, como quien no quiere la cosa.
- Y hasta ahora no me gustaba, – sonrió más ampliamente – pero hace una semana, él me pidió salir y, bueno, no me negué.
La miré, anonadada.
- ¿Sales con alguien solamente porque te lo ha pedido? ¿Y qué hay del amor y todo eso? – le rechisté.
Josefina rió alegremente y meneó sus rizos de un lado a otro.
- No Dana, no es así. Se nota que no has salido con muchos chicos. – me miró, como si me estudiara atentamente, me ruboricé y aparté mi mirada de ella – La cosa al principio puede no tener que ser amor, simplemente atracción, después, si ves que no le amas o que la relación no va ni hacia delante, ni hacia atrás, pues se corta.
Abrí mucho los ojos, como si me hubiera estampado de bruces contra una pared.
- Pues yo no lo veo así. – dije, decidida.
Josefina agarró uno de sus rizos y empezó a enroscarlo entre sus dedos.
- Pues así es.
Aguardé a que dijera algo más, pero no lo hizo.
Suspiré, confundida.
- Por cierto - agregó de pronto - ¿estás saliendo con Simon?
Sentí como si algo dentro de mi estallara, como si Josefina se hubiese levantado y me hubiera pegado una bofetada en medio de la cara.
Me levanté de pronto, mirándola con enfado.
- Simon es mi mejor amigo, a-mi-go, ¿entiendes? Yo no soy una cualquiera como… - iba a decir como tú, pero me mordí la lengua. No quería decir aquello. Bueno si que quería pero no quería acabar a las malas con Josefina.
Josefina me miró, como si hubiera una pieza que le faltara en el rompecabezas.
- Claro que entiendo, pero como siempre estáis juntos… tal vez deberíais daros una oportunidad, ¿no?
Sentí como una sarta de palabras se me atravesaban en la garganta, y la mayoría no eran lo que se dice “correctas”.
Refrené nuevamente mi lengua con un soberano esfuerzo. Sentí las uñas clavárseme contra las palmas dolorosamente, no quería hablar, porque si lo hacía intuía que no saldría nada bueno.
Los ojos de Josefina me miraban, sorprendidos ante mi ira y a la vez sin entender muy bien el por qué de ella.
Por suerte, el profesor llegó a tiempo.
- Oh, veo que habéis llegado antes. – comentó, sorprendido.
Josefina le miró con una sonrisa. A Josefina le encantaba Gimnasia, o mejor dicho, le encantaba el profesor de gimnasia.
- Buenos días, profesor Greg. - dijo mientras se levantaba para estar a la altura y le dirigía una mirada que habría subido los colores a cualquiera. Greg no fue menos.
- Buenos días… Josefina. – se alejó un tanto de ella, disimuladamente – Hola, Dana.
- Hola, profesor Greg. – le saludé, tan amable como pude.
Josefina frunció el ceño, al ver que por un instante le quitaba el protagonismo.
- Profesor… - se acercó nuevamente con una de sus sonrisas.  Dejé de prestarles atención.
Me volví a colocar los cascos e hice como si tal cosa. Pronto el gimnasio estuvo a medio llenar de todos los adolescentes que iban a mi clase y la otra.
Y cómo no, Jack estaba allí.
Desvié mi mirada, intentando encontrarle un motivo al desenfrenado ritmo de mi corazón.
Idiota, Idiota, Idiota… No sabía decir si me lo decía a mí misma o a él.
Volví a mirarle, solo un momento, no se daría cuenta… ¡Maldición! Sus ojos verdes se encontraron en aquel instante con los míos. Contuve una sarta de tacos como pude.
- Profesor, - dije tímidamente – no he traído el calzado apropiado, ¿tendré que dar clase igualmente?
Crucé los dedos (sin que él se diera cuenta, obviamente) por que no me obligara a correr con aquellas incómodas bailarinas.
El profesor Greg, me miró detenidamente, con una chispa de reproche en sus ojos. Sus labios formaron una tensa línea pálida de desaprobación.
-No hace falta, pero tendré que ponerte un negativo.  – dijo finalmente.
Sentí como me sacaba un peso de encima.
¿Un negativo? Si solamente era eso, empezaría a llevar ese tipo de calzado a la clase de gimnasia más a menudo.
Sin embargo, los profesores piensan y pensarán siempre que mencionar la palabra negativo es como una condena a muerte para sus alumnos.
No obstante, como yo era una persona responsable (no siempre) sabía que si empezaba a acumular negativos suspendería la asignatura y eso era lo último que deseaba, ya que Casandra me castigaría.
- Gracias. – respondí agradecida.
Empecé a juguetear con el dobladillo de mis mangas, deshilachando algunos pequeño hilillos que sobresalían, mientras escuchaba Diamonds.
Estaba tarareando interiormente el estribillo, cuando alguien me tocó el hombro.
Alcé la vista y vi como unos ojos verdes me observaban.
Pegué un brinco en mi asiento, cogida desprevenida.
Jack estaba sudando, después de haber corrido los minutos que Greg pedía como calentamiento y la camiseta se le adhería sinuosamente al torso. Aparté la vista de él, sintiendo las mejillas ardiendo.
Mediante señas me pidió que me quitara los cascos, con una sonrisilla de suficiencia que no podía ser más odiosa.  
A regañadientes me los quité.
- Espero que tengas un buen motivo para interrumpir a Rihanna. – protesté, mientras me cruzaba de brazos, escondiendo los hilachos sobresalientes de mis mangas.
Él sonrió y se sentó junto a mí.
- Lo tengo.
Intenté enarcar una ceja, pero como de costumbre, no me salió.
El rió por lo bajo.
Sentí como mis uñas me pinchaban las palmas de las manos.
- Si has venido para reírte de mí, puedes volver a la clase, que por cierto, no creo que dejen que te quedes aquí vagueando. – soné mordaz.
- Me he resentido el tobillo, el profesor ha dicho que es mejor que no prosiga con la clase.
Maldije interiormente a Greg, ¿cómo podía ser tan ingenuo cómo para creerle a semejante… zopenco?  
De pronto, cuando iba a hacer algún comentario ingenioso, para intentar taparle la boca, caí en la cuenta de que estaba demasiado cerca para mi gusto. Me alejé de un empujón.
Jack volvió a reír por lo bajinis.
- Seguro que te has lesionado. – intenté aplicar la mayor cantidad de sarcasmo a la frase.
- Te lo aseguro. – contestó él en el mismo tono.
- ¿Y cual era tu fabuloso motivo para hacer que me quitara los cascos?
- Ah, sí. – dijo de pronto, como si recordara – Quería preguntarte si tu amiga Renata es siempre tan encantadora o solamente se comportó así para caerme bien.
Resultó increíble sentir como si me hubieran crecido serpientes en el estómago y la garganta se me llenaba de veneno.
- Son sus encantos femeninos. – repliqué burlona.
Jack notó la falsedad de mis palabras.
- Pues sí que te cae mal.
Bufé con fastidio. No era momento para que me recordaran a Renata.
- Caerme mal es poco. – susurré.
Volví a colocarme los auriculares y cambié de canción, sintiendo como ya no podría disfrutar de  Diamonds por más tiempo.
Por el rabillo de los ojos vi cómo la mano de Jack se posaba sobre su rodilla, peligrosamente cerca de la mía. El corazón me batió en el pecho como un colibrí, no obstante, su mano no se movió.
Lo agradecí.
Empecé a repiquetear con los pies al ritmo de la melodía y canté interiormente.
Casi me pareció oír cómo él me contestaba. Pero no podría haberlo asegurado, dado que no pareció una contestación propia de él.

<< Te entiendo. >>

----------------------------------------------------------------------------------------------

Nota Aparte -> Tengo la impresión de que este capítulo me ha quedado un poco corto :s Pero para compensaros, os prometo que el siguiente será bastante más largo ^^ 
Y otra cosa, ¿queréis que les ponga nombre a los capítulos? :D 
Por favor a esto último contestádme, porque me lo he estado planteando y creo que quizá quedaría más "formal", ¿no?
Mcuhas gracias por leer mi novela, espero que os haya gustado este capítulo!!! 

PD: Los comentarios motivan *indirecta muy directa* xD    

martes, 9 de octubre de 2012

Capítulo 6:



- ¿Hash vishto la pelicula esha que eshtán poniendo en el cine? Creo que she llama casha vampirosh. Pinta bashtante bien. – comentó Simon mientras se comía apresuradamente un bocadillo de tortilla. 
- No. – contesté, perdida entre mis pensamientos. Lo último que me apetecía era ponerme a hablar de cine con Simon. En cierta forma, no me apetecía hablar con nadie.
- ¿Todavía eshtash penshando en esho? – preguntó inquieto.
Le miré, molesta. Mientras me ponía rígida, como movida por un muelle.
- Tú no eres el que ha tenido que besar a un desconocido. Creo que tengo derecho a no querer hablar del tema. – le  eché en cara.
Su expresión pareció dolida.
Sentí como la culpa caía sobre mí de nuevo. Acababa de volver a hacerlo.
Siempre estaba hiriéndole sin darme cuenta. Para él también había sido duro aquel encontronazo. No debería hablarle así.
- Lo siento. – dije, avergonzada.
No me gustaba tomarla con Simon, pero aquel día no estaba de buen humor para nada.
- No pasha nada. – se terminó el bocadillo y quitó los restos de tortilla de las comisuras de la boca.
Se inclinó hacia mí y me agarró por el hombro, pegándome un pequeño apretón de consuelo.
Sonreí y recosté mi cabeza contra su brazo, dejando que el sol bañara mi cara. Inspiré profundamente su agradable aroma y me serené, lentamente.
- No tendrías que haberlo hecho. – comentó, mientras, lentamente me apartaba de sí.
Le miré fijamente.
Y recordé algo que había pasado hacía mucho tiempo.
- ¿Te acuerdas de aquella vez, hace tres años, cuando Renata me tiró del pelo y quiso que me cayera de cabeza al barro? – le pregunté, aún sabiendo que lo recordaría perfectamente.
Sonrió, perdido entre los recuerdos.
- ¿Cómo olvidarlo? Acabó con siete puntos en el ojo derecho por tu culpa. Bueno, aunque ese gancho no sé quién te lo enseñó. – soltó una risotada al aire.
Me reí, recordando como le había hecho una llave que me había estado enseñando el día anterior Jonás (solo por diversión, no era que Jonás me enseñara defensa personal) y sin quererlo, Renata había caído de bruces contra la esquina de un bordillo y había tenido que ir derecha al hospital.
- Eso no estuvo bien – me reproché a mi misma, a pesar de que no había podido sentirme mal por lo sucedido con Renata.
- ¿Qué no estuvo bien? – Protestó Simon – Fue increíble. Renata se estampó contra el suelo. ¡ZAS! – con las manos hizo como si uno de sus puños se estampara contra el otro.
Le miré, divertida.  Aunque intentaba parecer enfadada.
- Lo que quería decirte es que aquel día, cuando los padres de Renata vinieron a gritarme, tú dijiste que habías sido el que había tirado a Renata, para que no me castigaran a mí. – murmuré. Hasta hoy, no había logrado entender por qué había hecho eso Simon.
- Lo recuerdo. - farfulló, con fingido terror – Me castigaron dos semanas sin leer manga ni ver anime, sin ordenador… ¡Dos semanas! – abrió los ojos desmesuradamente - ¡Y mi madre me obligó a limpiar la casa durante un año entero! Porque decía que si pegaba a una chica, tenía que apechugar con las consecuencias. Y, cómo no, quiso hacerme sentir como una chica. – frunció el ceño.
- Limpiar no es solo una tarea femenina, Sim. Podrías hacerlo más a menudo. – le reproché.
- Bah, paso. Que lo haga mi madre. – contestó.
Me reí y me acerqué más a Simon.
- Ahora te he devuelto el favor. – dije, mientras agarraba su mano.
Simon pareció ruborizarse hasta la raíz del cabello. Sin embargo, me empezó a acariciar la cabeza.
Cerré los ojos, disfrutando del momento.
Quité mi mano de encima de la suya y comencé a juguetear con un mechón de su pelo.
- Eres como un hermano para mí, Simon. ¿Lo sabías? – murmuré, con una sonrisa en los labios.
Simon se estremeció casi imperceptiblemente.
- Eso no le va a gustar a Harry. – contestó burlón, aunque la alegría no le llegó a los ojos.
- Harry es mi hermano pequeño y lo quiero muchísimo, más de lo que él se imagina, pero tú eres mi mejor amigo. Es más, creo que eres el único amigo verdadero que tengo. – fui sincera al decirlo. En realidad, no tenía muchos amigos a parte de Simon. O al menos no creía que ellos me consideraran su amiga, dado que nunca los llamaba ni quedaba con ellos. Solo hablábamos en clase.
La respiración de Simon falló un momento y después volvió a su ritmo habitual.
- Tú también eres mi mejor amiga, Dana. Pero eso ya lo sabes. – me revolvió el pelo.
Le dirigí una mirada iracunda.
- No. Me. Toques. El. Pelo. – enfaticé.
Simon soltó una carcajada y me tiró de un mechón.
- Acabas de firmar tu sentencia de muerte. – murmuré, mientras me lanzaba sobre él, haciéndole cosquillas en los lugares donde sabía que no podría resistirlas.
- Para… jajaja… por… jajaja… favor. – casi no se le entendía mientras se reía.
Finalmente le solté.
- Paro porque me das penita. – le dije.
Simon alzó una ceja, haciendo que me entraran instintos asesinos contra él. ¿Por qué todo el mundo podía hacerlo y yo no? Lo peor era que él sabía que me estaba chinchando.
Levanté una mano e hice como si le hiciera cosquillas al aire, advirtiéndole.
Bajó la ceja rápidamente.
Solté una risotada y le abracé.
- Hay que ver, pareces un gato montés, pero en realidad eres un osito amoroso relleno de gominolas. – farfulló.
Le volví a soltar. Mientras abría los ojos.
- Puedo volver a sacar las uñas si quieres. – le desafié.
Se revolvió el flequillo, fingiendo no haberme oído.
Salté del saliente en el que nos habíamos sentado para almorzar.
Simon me imitó al instante, aunque a él le costó más dado que había estado desparramado hasta entonces.
- ¿Ahora qué te toca? – pregunté.
- Ética. – dijo con fastidio y le recorrió un escalofrío.
Simon odiaba al profesor de ética. Aunque por suerte (o desgracia para él) el odio era mutuo.
- ¿Y a ti?
- Gimnasia. – resoplé con fastidio.
- Pues estamos bien. – agregó divertido.
El primer año de instituto Simon y yo habíamos ido a la misma clase, al igual que al segundo y en el tercero. Pero en este curso nos habían separado, cada uno por su lado.
Pateé un guijarro, que vaya a saber cómo llegó al patio del instituto.
- ¿Tú qué carrera vas a seguir? – preguntó entonces Simon, como si tal cosa.
Era extraño, pero él no me lo había preguntado nunca antes.
- Bellas Artes. ¿Y tú?
- Yo creo que quiero ser médico, pero aún no lo tengo muy seguro. Tal vez encuentre mi talento como pintor. – ensanchó su sonrisa, mostrando toda su dentadura. Fingiendo inocencia.
Emití una risotada. Desde luego Simon no sería pintor. Era un completo desastre dibujando.
Me miró, seriamente y sin poder evitarlo, empezamos a reír juntos.
De pronto vi algo que me heló la sonrisa en los labios.
Jack estaba a unos pocos metros, recostado contra una pared, mientras Renata coqueteaba con él.
Sentí una punzada en la sien, no supe a qué se debía, pero lo más probable fuese que a la rabia.
Simon siguió mi mirada y abrió desmesuradamente sus ojos al observar lo mismo que yo.
- Mira por donde Renata ha encontrado su pareja ideal. – dijo, en un tono divertido.
Sin embargo, yo no pude reír su gracia. Sentí mi corazón empequeñecer un instante en mi pecho, casi dolorosamente.
Chasqueé la lengua, con enfado.
- Desde luego. Tal para cual. Podríamos escribir un ensayo sobre ellos. La mujer con cara de rata que le entregó su corazón al ladrón de mochilas. – no quise agregar << y de besos >>, pero lo pensé.
- Déjalo, no vale la pena malgastar papel por ellos. – respondió Simon, aunque le hizo gracia mi ocurrencia.
De pronto Renata dirigió su mirada hacia mí. ¡Maldición!
Me sonrió burlona, mientras agarraba la mano de Jack y comenzaba a caminar hacia nosotros.
Definitivamente si aquello era por culpa del karma algo realmente malo debía de haber hecho yo para que aquella “cosa” se acercara a mí.
- Hola Dana. – saludó, mientras se colocaba a escasos centímetros de nosotros.
Jack dirigió sus ojos hacía mí, con una socarrona sonrisa. Me quedé de piedra.
Simon me pegó un codazo para que reaccionara.
- Hola… Renata. – saludé con esfuerzo, mientras apretaba los dientes, con fría cólera contenida.
Renata tiró de la mano a Jack, acercándolo más a ella.
Puse los ojos en blanco. ¿Por qué era tan teatrera Renata?
- Hola Simon. – saludó, coquetamente – Os presento a Jack, acaba de llegar hace unos días. ¡Es encantador! – lo halagó, mientras lo devoraba con los ojos.
Me habría pegado una bofetada en la cara, a lo “palm face”, de haber podido. O mejor, se la habría pegado a ella.
- Nos conocíamos. – argumenté rápidamente.
Jack me miraba fijamente.  Tuve que apartar la mirada rápidamente, porque me sentí desnuda, como si no tuviera nada para protegerme de su mirada. Y por otro lado sentí como el rubor se extendía por mi cuello, haciendo que me ardiera la piel.
Renata enarcó una ceja y me miró con curiosidad.
Tuve ganas de agarrarla del cuello, enganchar mis dedos en su piel  y zarandearla como a un avestruz.
Me contuve.
- Bueno, Dana – prosiguió Renata – venía para invitarte a ir hoy con mis amigas y conmigo al cine.
Abrí los ojos como platos y dejé que mi mentón cayera inerte de mi mandíbula.
¿Renata… invitándome… a mí… a pasar una tarde… con… sus amigas? Aquello apestaba a trampa. Y de todas formas antes preferiría saltar por un puente.
- Tampoco es para poner esa cara – rió Renata – también puede venir Simon, ya que sois tan amiguitos y Jack también vendrá.
Recuperé el habla de sopetón y sentí como si me hubiera pegado un navajazo allí mismo. La palabra “amiguitos” la había impregnado del veneno suficiente como para derribar a un elefante.
- No gracias – dije, mientras intentaba controlar el tono de voz. Las sienes comenzaron a arderme.
- ¿Por qué? – preguntó ella, fingiendo curiosidad.
- Por cosas que no te importan. – contesté rápidamente, sin poder contener mi lengua ni un minuto más.
- Que modales. – comentó de pronto Jack.
Le intenté fulminar con la mirada. Mientras mis manos se cerraban en puños.
- Mismodalessoncosamía. – lo dije tan rápido que pareció una sola palabra.
- Ah, ya entiendo. – dijo de pronto Renata – ¿Simon va a dar un concierto en el local ese cerca del puerto?
¿Cómo se habría enterado? Y otra cosa, ¡maldito karma!
- ¿Cómo se llama? – preguntó, de pronto interesado, Jack.
- Se llama, métete en tus propios asuntos. – contesté, rápidamente.
Lo último que quería era que apareciera una troupe de chonis como Renata y su pandilla, acompañadas de Jack, para estropear el concierto que tanto entusiasmaba a Simon.
- Se llama Gran Café Rock. – contestó Renata – Aunque es un lugar bastante aburrido.
- Eso para la gente que no tiene gusto por la música. – dijo de pronto Simon.
Renata parecía mirarlo con un renovado interés y sus ojos grises se posaron en la mano que Simon había colocado sobre la mía.
Jack pareció seguir su mirada y pegó un respingo al ver las manos entrelazadas de Simon y la mía.
Pronto se recobró y un pequeño músculo de la comisura de su labio tiró hacia arriba, formando una media sonrisa.
Renata pronto tiró de Jack para llevarlo de nuevo con su grupo. Este pareció debatirse un instante, para luego ceder obedientemente a los deseos de aquella marimandona.
- Vosotros os lo perdéis… parejita. – dijo con un deje malvado en la última palabra la muy arpía.
Pegué dos zancadas para intentar agarrarla del cuello, tal y como había deseado, pero Simon me sostuvo y me susurró:
- No vale la pena.
Pero yo seguía hirviendo de furia. Sentía mis sienes arder, el pulso atronándome contra el cuello y, lo más curioso, las palmas de mis manos como si echaran chispas.
- ¡Ay! – escuché de pronto tras de mí.
Me giré rápidamente, curiosa.
- ¿Qué ocurre? – bramé, al ver a Simon mirándose las manos. Mi enfado ya no diferenciaba con quién era que estaba cabreada.
-¡Me has quemado! – farfulló, anonado.
Fui tranquilizándome, lentamente y dejé de apretar mis manos, que había acabado convirtiendo en puños.
- Eso es absurdo. – le contradije.
- Mira.
En la palma de su mano había salido una pequeña ampolla trasparente que iba inflándose rápidamente.
Me sentí contrariada.
Decidí no prestarle demasiada atención.
- Debe ser porque estoy que hecho chispas. – intenté hacer una gracia.
Simon soltó una risotada.
Sonó de pronto la sirena que alertaba de que era el momento de entrar nuevamente en la clase.
Ambos nos dirigimos rápidamente hacia la entrada por la que deberíamos ir a las clases.
Jack podía verse a escasos metros delante de nosotros.
¡Menuda coincidencia volver a encontrárnoslo.
Entonces le pasó su brazo por los hombros a Renata y se dio la vuelta, con una sonrisa y guiñándome un ojo se volvió a girar.
Sentí la sangre helarse en mis venas y recordé con claridad sus palabras:
- Cuando quieras repetimos.
Tuve que tragar, intentando deshacer el nudo que se había formado en mi garganta.

-----------------------------------------------------------------------------------

(Nota Aparte ~> Lamento muchísimo haber tardado tanto en subir este capítulo, pero he tenido mucho lío con el principio del instituto y me ha sido imposible hacerlo antes. Subiré también pronto la entrevista que le hice hace un tiempo a Gaby ^^ ¡Espero que os guste este capítulo!¡Se os quire muchísimo a todos! 
P.D.: Comentad por favor, cualquier comentario, aunque haya veces que no me haya dado tiempo o haya tenido problemas para contestarlos me motivan muchísimo para escribir y prometo que intentaré a partir de ahora contestarlos TODOS y pediros perdón a los que no haya dado respuesta hasta ahora, pero que hay ocasiones en que decís cosas tan bonitas que no sé ni qué deciros >.< UN BESO!!! (K) <3)

lunes, 10 de septiembre de 2012

Capítulo 5:


Sentí como el aire se escapaba de mis pulmones con excesiva brusquedad.
¿Qué? ¿Un beso? Noté como la sangre empezaba a hervirme. ¿Pero de qué iba?
Miré expectante a Jack, intentando ver algo de falso en su sonrisa, descubrir que su mirada me engañaba, pero seguía exactamente igual.
La furia fue sustituida entonces por un intenso rubor que me recorrió las mejillas. No sabía lo que pretendía exactamente, pero un beso para mí significaba muchas cosas. Más que nada porque, por raro que pareciera, a mi edad nunca había besado a nadie.
Había recibido besos cariñosos de Harry o un beso en la mejilla de algún compañero cuando era más pequeña. Pero lo que se refería a mi experiencia con chicos era prácticamente nula.
Bueno, si me ponía a pensar, sí que había recibido un beso una vez, pero tenía doce años y el chico apenas me había rozado los labios con los suyos. Lo recordaba por la impresión de aquel momento, pero no podía poner aquello de ejemplo en aquella situación.
Simon, agarró mi brazo con brusquedad y me empujó más contra él. Demasiado fuerte, quizá. Dado que me hizo doler allí donde se encontraban sus dedos sujetándome.
Iba a reprochárselo, cuando vi que sus ojos parecían desorbitados por la sorpresa y como la ira latía, bombeando como un segundo corazón, detrás de los cristales de sus gafas.
- No. Ella no lo hará. – dijo firmemente. 
Jack lo miró, burlón nuevamente, aunque con una ligera capa de molestia.
- Entonces no hay mochila. – y con un ligero movimiento se la lanzó al muchacho de los ojos azules. Mientras la burla se iba de sus ojos, sustituida por un descarado desafío.
- ¿Pero cómo te atreves…? – Simon parecía fuera de sus cabales, tenía la frente surcada de arrugas, por la tensión, la vena de su cuello parecía a punto de estallar y en sus ojos brillaba un determinante ataque de cólera.
Jack sonrió, disfrutando como un niño pequeño de la reacción de Simon.
De pronto, sentí como si en mi cerebro hubieran encajado dos piezas de un mismo puzzle.
- Está bien, Simon. – dije, con voz firme. Tomando una decisión.
Aquello fue peor que si le hubiera dado un puñetazo, ya que me miró dolido y apartó su mano de mí, como si mi contacto le quemara.
Intenté consolarlo, demostrarle... No sabía qué quería exactamente demostrarle. Pero quería desesperadamente que confiara en mí.
Pero él apartó su vista de mí, con lágrimas de rabia en los ojos, que intentó ocultar.
Miré a Jack, con fría determinación.
- Acepto el intercambio.
Rodrigo y Héctor comenzaron a reír y a emitir sonidos burlones desde detrás de Jack.
Éste sonrió, dejando al descubierto toda su dentadura, con regocijo.
Sin embargo, el muchacho de los ojos claros se había quedado de piedra, con una extraña expresión en su rostro. Como si no acabara de creerse lo que pasaba.
Antes de dar un paso hacia adelante, le agarré con fuerza la mano a Simon y le susurré:
- No te preocupes. Recuperaré tu mochila.
Pero él parecía no reaccionar.
Llegué en cuatro zancadas hasta donde aguardaba Jack.
El corazón pegó un brinco dentro de mí al tenerle tan cerca de mí. Sus facciones no eran tan “perfectas” de cerca como parecían. Sin embargo, seguía teniendo que admitir que era guapo.
- Primero, la mochila. – dije, mirando directamente sus ojos, mientras contenía como podía aquel tambor en que se había convertido mi corazón.
Un brillo pícaro chisporroteó en el verde de sus ojos.
- No. – respondió tajante.
- No voy a irme, si es eso lo que temes, - sonreí de lado, intentando burlarme por una vez de él - hoy no me he traído deportivos para correr.
Rodrigo empezó a reír convulsivamente y el chico de los ojos azules (no recordaba su nombre, ¿era Izan?) le taladraba con la mirada.
Pero Jack seguía mirándome a mí, sin inquietarse. Aquello me molestó un tanto.
- ¿Temer? – dijo, divertido – No, simplemente que no me fío del todo de ti.
Bufé, molesta. Pero luego reordené mis pensamientos.
- Está bien, pero pondré una regla. – objeté.
- ¿Ah sí? – su mirada se volvió pícara, aunque dejó relucir algo de inquietud.
- Sí – miré a Simon, éste también parecía perplejo – Sea como sea el beso, me darás la mochila.
Aquella vez Jack rió. Su risa sonaba como el repiquetear de campanas. 
- ¿Te refieres a si no besas bien? – preguntó.
No contesté.
- Está bien – sonrió nuevamente y tuve ganas de pegarle una bofetada, al ver su altanería – acepto.
Casi no me dí cuenta, un momento antes estaba en frente de él y al otro estaba estrechada entre sus brazos. Sentí que me faltaba el aire de forma inoportuna. Tragué saliva.
Acercó sus labios a mi oído.
- Te prometo que yo besaré bien. – susurró y besó mi cuello delicadamente.El corazón se me paró durante aquel instante.
Me quedé tiesa como el palo de una escoba, con los músculos agarrotados, incapaz de moverme. Sentí como la piel me ardía allí donde él la había tocado.
Agarré su rostro, tomé aire, y cerré los ojos, mientras mis labios se juntaban con los suyos.
Al principio lo cogí de improvisto, pero poco a poco, empezó a besarme de forma distinta. Podría decirse que con pasión, aunque no era del todo pasión, sino algo más parecido a cuando alguien degustaba un plato exótico  y este resultaba ser apetitoso.
¿Me acababa de comparar con un plato de comida?
Sentí sus manos agarrarme con más fuerza, mientras notaba que yo me resistía.
Intenté prestar atención a lo que estaba haciendo y todo dio un brusco giro.
Sus labios resultaron suaves, con un regusto casi dulce.
Por un momento perdí la noción de por qué estaba haciendo aquello, dejándome llevar por el movimiento de su boca contra la mía. Todo se volvió rojo por momentos, y me dejé arrastrar por aquella ola de deseo.
Pronto recobré la cordura. Me ruboricé febrilmente, al darme cuenta de lo que estaba haciendo. Para peor, había olvidado que había gente mirando. Y entre ellos Simon. 
Abrí los ojos con violencia, recordando mi intención. Arrimé mis dientes a su labio inferior, despacio, degustando el momento de la dulce venganza, y le mordí.
No un mordisquito provocador. Le mordí con fuerza.
Me aparté bruscamente y me limpié la boca con la manga de mi chaqueta negra.
Jack soltó una palabrota por lo bajo y pude ver como un hilillo de sangre corría entre sus dientes.
Sonreí, triunfal y me arrimé a Simon.
En mi interior se mezclaron dos sentimientos encontrados. Una parte de mí se arrepentía de lo hecho, incluso deseaba haber prolongado aquella situación, haber saboreado quizá un poco más aquella extraña y agradable experiencia. Desde luego no tenía nada que ver con aquel primer beso, en el que apenas había sentido cosquillas en los labios y mariposas en el estómago. Si tenía que hacer una comparación aquella vez había sentido pterodáctilos en el estómago.
Pero la otra parte, mi parte racional, se encontraba orgullosa de lo que había hecho y profesaba oleadas de resentimiento hacia Jack. Me había besado a la fuerza.
Pensar en aquello hizo que me decantara definitivamente hacia aquella parte de mí misma.
Poco a poco Jack dirigió su mirada hacia mí, con una mezcla entre estupefacción, dolor y diversión. Como un cóctel de sensaciones.
Me quedé con la boca abierta, ¿no había nada que le molestara? ¡Le había mordido! ¿Por qué no se enfadaba como haría cualquier persona normal?
- Ahora entiendo a que te referías con lo de “sea como sea el beso”.  – soltó una risilla, mientras se secaba la sangre del labio con la palma de su mano.
- ¿No pensarías que yo besaba mal? – dije, intentando parecer prepotente, cosa que como comprobé, se me daba de pena. 
Jack sonrió nuevamente y aprecié mejor la sangre en su labio, que volvió a surgir al tensar la piel de la boca.
- Dadle la mochila. – ordenó.
Rodrigo lo miró con los ojos muy abiertos.
- ¿Después de morderte se la vas a dar? – dijo, sin entender nada.
- Soy yo el que caí en su trampa y un trato es un trato. Izan, dásela.
El chico de los ojos azules lo miró con furia y se la lanzó a Simon.
Simon la atrapó con dificultad y sonrió.
- Gracias. – dijo, con sarcasmo.
Jack clavó sus ojos como esmeraldas en Simon y pareció fulminarlo.
- En realidad deberías dárselas a ella, es la que cumplió con el intercambio. – me señaló.
Un siniestro placer afloró en mi pecho. ¡Al fin se enfadaba!
- Lo haré. – contestó Simon, con la misma mirada desafiante.
Jack volvió a sonreír con tanta picardía, que pareció tener muchos años menos, y se apartó un mechón rubio de la cara.
Clavó nuevamente sus ojos en mí y ensanchó su sonrisa.
- Cuando quieras repetimos. – comentó, guiñándome un ojo.
Sentí como la vergüenza mezclaba con la furia salían a flote dentro de mí. La cara se me calentó, poniéndose de color rojo brillante.
Iba a responder, intentando encontrar las palabras adecuadas, para hacerle comerse las suyas, cuando vi que sin más, se iban para entrar en el instituto.
Me mordí la lengua, enojada.
Entonces Jack se giró y me dirigió una última mirada. 
No había burla en ella, ni enfado, simplemente me miró, y pude sentir como la furia se calmaba dentro de mí, hasta apagarse, como si le hubiera echado un cubo de agua fría.
- Gracias. –dijo, de pronto, Simon. Sacándome de aquella trampa que eran los ojos de Jack.
Por el rabillo del ojo vi cómo finalmente éste entraba.
Redirigí mis pensamientos hacia el chico que tenía delante. Simon.
Le miré, como si lo viera después de mucho tiempo. Como si hasta entonces hubiera estado contemplando una foto de él y por fin pudiera verlo en persona.
- No ha sido nada. ¡Además, besaba de pena! – intenté hacer un chiste. Simon soltó una risotada.
Intenté sonreír, aunque noté que la sonrisa se endurecía en las comisuras, demasiado tirante para resultar natural. 
Lo cierto era que no besaba mal. Al contrario. Puede que yo no tuviera experiencia alguna, pero aún podía sentir  su cálido aliento en mis labios, si cerraba los ojos.
Estreché su mano, intentando despejarme, y juntos entramos en el instituto.