Seguidores

domingo, 11 de noviembre de 2012

Capitulo 7:



Escuchaba mis pasos, cortos y acelerados, resonar en el pasillo con demasiada claridad. Tip, tap, tap, tip, tap, tap…
Acostumbrada como estaba a mis viejas converse aquellas bailarinas me resultaban tremendamente incómodas para correr. Más si le añadía que correr, no se me daba lo que se decía bien.
Había agarrado el camino más corto para ir hasta el gimnasio con la intención de llegar antes de tiempo y poder despejarme, dado que necesitaba un momento para pensar… aunque en realidad lo que quería era llegar antes que él.
Hasta entonces, no me había percatado, aunque podría ser que no había querido percatarme, de que habían puesto a Jack en la clase con la que compartíamos el gimnasio.
Pronto, después de abrir un par de puertas, entré en el gimnasio. Allí, por desgracia mis zapatos seguían haciendo ruido. Tip, tap, tap…
Para llegar al pabellón debía atravesar un largo pasillo que, como siempre, estaba a oscuras. Lo cierto era que con la crisis, nuestro instituto había dejado de cambiar los fluorescentes que se rompían o dejaban de funcionar y por desgracia, el de aquel techo había exhalado hacia poco su último suspiro.
Me senté en la oscuridad un instante, pensando que aquel sería un buen lugar por el momento. Pero me sentía un tanto estúpida, dado que, ¿es que era una niña pequeña? ¿Por qué tenía que esconderme? Suspiré, confusa.
De pronto algo me alarmó.
Un ruido sordo de algo que se había caído.
Mientras me quitaba un auricular del oído, escuché como alguien gritaba y a continuación emitía pequeños gemidos.
Me levanté de un brinco, asustada.
Al principio pensé que podría la persona que había gritado podría estar en peligro o que se había caído y quizá necesitase mi ayuda, así que corrí en la dirección de la que provenía el alboroto. Supongo que mi cara se volvió un poema, en cuanto me llevé la sorpresa de encontrar a Josefina  besuqueándose con Hugo.
Hugo, aquel chico de ojos verdosos, piel cobriza y sonrisa de idota. Estaba claro que era atractivo, pero para mí no era más era un gamberro, que pocas veces hablaba para decir algo coherente.
Sentí como si el corazón me diera un vuelco en el pecho, ya que Josefina, la chica con la que este estaba enrollándose, había sido lo más “parecido” a una amiga que había tenido en aquel instituto. Dado que me había defendido delante de Renata en varias ocasiones y habíamos compartido pupitre durante un tiempo. Pero a fin de cuentas ella había acabado cambiando y nos habíamos ido distanciando inevitablemente.
Sentí los ojos picarme. Agaché la vista y me mordí el labio, sintiéndome estúpida. Una de mis peores cualidades era que cuando sentía rabia o impotencia me ponía a llorar.
Volví a erguirme, conteniendo las lágrimas.
Josefina, aquella chica pelirroja que me había sonreído en tantas ocasiones que no podía contarlas. La única persona con la que había simpatizado después de Simon.
Recordar como en un tiempo habíamos estado unidas parecía absurdo.
Ella había cambiado mucho, tanto que había olvidado que yo existía.
Pasó de ser una chica de trece años, sonriente, pecosa y de mirada vivaracha a ser una adolescente voluminosa, que tonteaba con cuantos chicos se le pasaran por su camino y que podía hablar mal de su mejor amigo. A pesar de todo aquello, yo sabía que en el fondo de ella seguía habiendo retazos de mi amiga. Lo sabía por la manera que tenía de sonreír, que aún conservaba.
Sentí deseos de echar a correr en la dirección contraria, mis piernas me lo pedían a gritos (bueno si pudieran gritar me lo pedirían).  No obstante si daba la vuelta quizás me encontrara con Jack. Calibré si estaba dispuesta a aquello.
No, no lo estaba.
Carraspeé sonoramente, para hacerme notar.
Ya no había marcha atrás.
Josefina pegó un brinco y ruborizándose se apartó los mechones rojizos que le caían por la cara.
- Dana… ¿qué haces… aquí? – dijo, intentando parecer inocente, mientras le pegaba un empujón al cuerpo de Hugo para apartarlo de sí.
- Mmm… lamento interrumpir. – intenté reprimir el impulso de salir corriendo de allí, nuevamente, aunque aquella vez resulto más complicado, los músculos de las piernas me tironearon quejándose.
Hugo me miró como si fuera un piojo, mientras se abrochaba los botones del cuello de la chaqueta.
- No interrumpes nada. – intentó corregirme Josefina, aunque sus palabras sonaron absurdas incluso en sus oídos, por lo que volvió a colocarse el tirante del sujetador en su sitio. Por suerte la camiseta aún la llevaba puesta.
Me mordí el labio, intentando decidir qué decir a continuación. Lo mejor era quedarme callada. Sí.
Josefina se ruborizó aún más al ver que yo no decía nada.
- Hugo, por favor, ¿podrías irte? – le pidió ella mientras le empujaba suavemente con una mano, haciéndole señas para que se fuera.
Hugo salió por donde yo había entrado, con un malhumor que podía palparse en el ambiente, pasando como la electricidad por un cable de alta tensión.
Suspiré, aliviada, al menos Josefina no me mandaría miradas asesinas cada dos por tres.
Solté un suspiro, tan flojo que Josefina no llegó a oírlo.
Sonreí tímidamente, mientras me sentaba en un banco.
Pasaron unos segundos de silencio.
Luego ella también suspiró y se acercó, sentándose a mi lado.
El silencio volvió a prolongarse, extraño e incómodo para ambas.
- ¿Te has traído bailarinas? – preguntó, evasiva, Josefina.
- Sí. - Respondí, y de pronto sentí como el alma se me caía a los pies - ¡Mierda! – grité, fastidiada.
¿Por qué no me había traído otras zapatillas? ¿Por qué tenían que estar para lavar las converse y las sketchers?
Seguramente me llevaría una bronca por parte del profesor, aunque por otro lado, podía escaquearme de hacer gimnasia.
Solté un resoplido y me guardé el pelo detrás de la oreja.
Josefina juntó sus manos sobre su regazo y tiró su cabeza hacia atrás dejando que los mechones rojizas se extendieran por sus hombros. Pude apreciar que tenía una marca púrpura en el cuello, probablemente se la habría hecho Hugo.
- Hace mucho que no hablamos, Dana. – me sorprendió que recordara mi nombre – Nos hemos distanciado, ¿no crees? – sonrió un tanto. En aquella pequeña sonrisa encontré las fuerzas para finalmente hablarle. A fin de cuentas seguí siendo Josefina.
- No sabía que te gustara Hugo. – comenté, como quien no quiere la cosa.
- Y hasta ahora no me gustaba, – sonrió más ampliamente – pero hace una semana, él me pidió salir y, bueno, no me negué.
La miré, anonadada.
- ¿Sales con alguien solamente porque te lo ha pedido? ¿Y qué hay del amor y todo eso? – le rechisté.
Josefina rió alegremente y meneó sus rizos de un lado a otro.
- No Dana, no es así. Se nota que no has salido con muchos chicos. – me miró, como si me estudiara atentamente, me ruboricé y aparté mi mirada de ella – La cosa al principio puede no tener que ser amor, simplemente atracción, después, si ves que no le amas o que la relación no va ni hacia delante, ni hacia atrás, pues se corta.
Abrí mucho los ojos, como si me hubiera estampado de bruces contra una pared.
- Pues yo no lo veo así. – dije, decidida.
Josefina agarró uno de sus rizos y empezó a enroscarlo entre sus dedos.
- Pues así es.
Aguardé a que dijera algo más, pero no lo hizo.
Suspiré, confundida.
- Por cierto - agregó de pronto - ¿estás saliendo con Simon?
Sentí como si algo dentro de mi estallara, como si Josefina se hubiese levantado y me hubiera pegado una bofetada en medio de la cara.
Me levanté de pronto, mirándola con enfado.
- Simon es mi mejor amigo, a-mi-go, ¿entiendes? Yo no soy una cualquiera como… - iba a decir como tú, pero me mordí la lengua. No quería decir aquello. Bueno si que quería pero no quería acabar a las malas con Josefina.
Josefina me miró, como si hubiera una pieza que le faltara en el rompecabezas.
- Claro que entiendo, pero como siempre estáis juntos… tal vez deberíais daros una oportunidad, ¿no?
Sentí como una sarta de palabras se me atravesaban en la garganta, y la mayoría no eran lo que se dice “correctas”.
Refrené nuevamente mi lengua con un soberano esfuerzo. Sentí las uñas clavárseme contra las palmas dolorosamente, no quería hablar, porque si lo hacía intuía que no saldría nada bueno.
Los ojos de Josefina me miraban, sorprendidos ante mi ira y a la vez sin entender muy bien el por qué de ella.
Por suerte, el profesor llegó a tiempo.
- Oh, veo que habéis llegado antes. – comentó, sorprendido.
Josefina le miró con una sonrisa. A Josefina le encantaba Gimnasia, o mejor dicho, le encantaba el profesor de gimnasia.
- Buenos días, profesor Greg. - dijo mientras se levantaba para estar a la altura y le dirigía una mirada que habría subido los colores a cualquiera. Greg no fue menos.
- Buenos días… Josefina. – se alejó un tanto de ella, disimuladamente – Hola, Dana.
- Hola, profesor Greg. – le saludé, tan amable como pude.
Josefina frunció el ceño, al ver que por un instante le quitaba el protagonismo.
- Profesor… - se acercó nuevamente con una de sus sonrisas.  Dejé de prestarles atención.
Me volví a colocar los cascos e hice como si tal cosa. Pronto el gimnasio estuvo a medio llenar de todos los adolescentes que iban a mi clase y la otra.
Y cómo no, Jack estaba allí.
Desvié mi mirada, intentando encontrarle un motivo al desenfrenado ritmo de mi corazón.
Idiota, Idiota, Idiota… No sabía decir si me lo decía a mí misma o a él.
Volví a mirarle, solo un momento, no se daría cuenta… ¡Maldición! Sus ojos verdes se encontraron en aquel instante con los míos. Contuve una sarta de tacos como pude.
- Profesor, - dije tímidamente – no he traído el calzado apropiado, ¿tendré que dar clase igualmente?
Crucé los dedos (sin que él se diera cuenta, obviamente) por que no me obligara a correr con aquellas incómodas bailarinas.
El profesor Greg, me miró detenidamente, con una chispa de reproche en sus ojos. Sus labios formaron una tensa línea pálida de desaprobación.
-No hace falta, pero tendré que ponerte un negativo.  – dijo finalmente.
Sentí como me sacaba un peso de encima.
¿Un negativo? Si solamente era eso, empezaría a llevar ese tipo de calzado a la clase de gimnasia más a menudo.
Sin embargo, los profesores piensan y pensarán siempre que mencionar la palabra negativo es como una condena a muerte para sus alumnos.
No obstante, como yo era una persona responsable (no siempre) sabía que si empezaba a acumular negativos suspendería la asignatura y eso era lo último que deseaba, ya que Casandra me castigaría.
- Gracias. – respondí agradecida.
Empecé a juguetear con el dobladillo de mis mangas, deshilachando algunos pequeño hilillos que sobresalían, mientras escuchaba Diamonds.
Estaba tarareando interiormente el estribillo, cuando alguien me tocó el hombro.
Alcé la vista y vi como unos ojos verdes me observaban.
Pegué un brinco en mi asiento, cogida desprevenida.
Jack estaba sudando, después de haber corrido los minutos que Greg pedía como calentamiento y la camiseta se le adhería sinuosamente al torso. Aparté la vista de él, sintiendo las mejillas ardiendo.
Mediante señas me pidió que me quitara los cascos, con una sonrisilla de suficiencia que no podía ser más odiosa.  
A regañadientes me los quité.
- Espero que tengas un buen motivo para interrumpir a Rihanna. – protesté, mientras me cruzaba de brazos, escondiendo los hilachos sobresalientes de mis mangas.
Él sonrió y se sentó junto a mí.
- Lo tengo.
Intenté enarcar una ceja, pero como de costumbre, no me salió.
El rió por lo bajo.
Sentí como mis uñas me pinchaban las palmas de las manos.
- Si has venido para reírte de mí, puedes volver a la clase, que por cierto, no creo que dejen que te quedes aquí vagueando. – soné mordaz.
- Me he resentido el tobillo, el profesor ha dicho que es mejor que no prosiga con la clase.
Maldije interiormente a Greg, ¿cómo podía ser tan ingenuo cómo para creerle a semejante… zopenco?  
De pronto, cuando iba a hacer algún comentario ingenioso, para intentar taparle la boca, caí en la cuenta de que estaba demasiado cerca para mi gusto. Me alejé de un empujón.
Jack volvió a reír por lo bajinis.
- Seguro que te has lesionado. – intenté aplicar la mayor cantidad de sarcasmo a la frase.
- Te lo aseguro. – contestó él en el mismo tono.
- ¿Y cual era tu fabuloso motivo para hacer que me quitara los cascos?
- Ah, sí. – dijo de pronto, como si recordara – Quería preguntarte si tu amiga Renata es siempre tan encantadora o solamente se comportó así para caerme bien.
Resultó increíble sentir como si me hubieran crecido serpientes en el estómago y la garganta se me llenaba de veneno.
- Son sus encantos femeninos. – repliqué burlona.
Jack notó la falsedad de mis palabras.
- Pues sí que te cae mal.
Bufé con fastidio. No era momento para que me recordaran a Renata.
- Caerme mal es poco. – susurré.
Volví a colocarme los auriculares y cambié de canción, sintiendo como ya no podría disfrutar de  Diamonds por más tiempo.
Por el rabillo de los ojos vi cómo la mano de Jack se posaba sobre su rodilla, peligrosamente cerca de la mía. El corazón me batió en el pecho como un colibrí, no obstante, su mano no se movió.
Lo agradecí.
Empecé a repiquetear con los pies al ritmo de la melodía y canté interiormente.
Casi me pareció oír cómo él me contestaba. Pero no podría haberlo asegurado, dado que no pareció una contestación propia de él.

<< Te entiendo. >>

----------------------------------------------------------------------------------------------

Nota Aparte -> Tengo la impresión de que este capítulo me ha quedado un poco corto :s Pero para compensaros, os prometo que el siguiente será bastante más largo ^^ 
Y otra cosa, ¿queréis que les ponga nombre a los capítulos? :D 
Por favor a esto último contestádme, porque me lo he estado planteando y creo que quizá quedaría más "formal", ¿no?
Mcuhas gracias por leer mi novela, espero que os haya gustado este capítulo!!! 

PD: Los comentarios motivan *indirecta muy directa* xD