Simon
clavó sus profundos ojos marrones en los míos. A través de los cristales de sus
gafas, pude ver que la emoción lo desbordaba.
-
Dana, yo…
Sentí
como mi corazón empezaba redoblar en mi pecho, movido como por un resorte.
Tanto que los latidos atronaban tras mis orejas y sentía un músculo palpitar en
mi garganta.
De
pronto el autobús frenó, bruscamente, en la explanada que había en frente al
instituto. Haciendo que por inercia ambos saliéramos despedidos unos
centímetros hacia delante, rebotando después contra el respaldo de los asientos
nuevamente.
-
Lo siento chicos. – se oyó la voz de Aurora desde la parte delantera del
autobús.
Dirigí
mi mirada hacia Simon de nuevo, de forma inquisitiva.
-
Es que Johnny es mi amigo y tú eres mi mejor amiga, entonces, no sé… sería
raro. – se excusó con torpeza, mientras se revolvía el pelo y ponía en pie.
Desvió
su vista, intentando que no pudiera leer en sus ojos la auténtica verdad.
Algo
dentro de mí se retorció durante aquel instante, movido por la decepción. No
sabía que era lo que esperaba, pero desde luego no era aquello.
Sentí
como si el estómago se me cayera al suelo, junto con mi mochila.
Intenté
recomponer mi expresión rápidamente. Si algo sabía hacer bien era disimular que
no me pasaba nada.
Traté
de ponerme aquella máscara de completa indiferencia en mi semblante y desvié la vista, al tiempo
que recogía mi mochila.
-
Oh… - comenté, sin saber que más decir – entiendo.
Agarré
la mochila y me la puse.
-
¿Bajamos? – dije, con una falsa sonrisa surcándome el rostro.
-
Claro. – su respuesta sonó un tanto aliviada y decepcionada a la vez. Con un
regusto extraño. Como una mezcla extraña de melaza y sal.
Al
salir del autobús casi tropecé, debido a una chica que se había chocado
conmigo. La conocía.
No
quise siquiera pensar en ella. Renata cara de rata. Contuve el impulso de
vomitar.
Hice
una seña a Simon y nos desviamos un tanto del resto de alumnos. No me gustaban
demasiado las grandes masas de gente.
Caminamos
juntos hasta casi la entrada del instituto.
Él
iba algo decaído, sin hablar, mirándose los zapatos. Los hombros encogidos,
como si meditara sobre algo y en la cara una mueca parecida al arrepentimiento.
Le
pegué un codazo amistoso.
-
Anima esa cara. Vas a asustar a los de primero. – intenté hacerle sonreír.
Lo
conseguí mínimamente. Una tímida elevación en las comisuras de sus labios.
De
pronto, un chaval lo empujó contra mí. Todo fue un tanto caótico. Sentí su
cuerpo estrellarse contra mí y aquel chico aprovechó el impacto para robarle la
mochila de un bandazo.
Mis
ojos se elevaron, intentando identificarle-
Conocía
a ese chico, era Rodrigo González, el gamberro que había estado en mi clase el
curso anterior.
Era
pelirrojo, con pecas cubriéndole las mejillas en su plenitud y los ojos verdes,
como pequeñas aceitunas, relumbrando, con un torrente de malvada picardía.
-
Oh, Simon Sturgis, que agradable sorpresa verte. – soltó una sonrisilla y
jugueteó con la mochila.
-
Devuélveme mi mochila, Rodrigo. – dijo Simon, intentando parecer realmente
enojado, incluso tal vez con la intención de querer sonar peligroso.
Rodrigo
se rió, burlón, de Simon, mientras intentaba abrir la cremallera del bolsillo
de la mochila.
-
He dicho que me la des. – repitió Simon, aumentando su enfado notablemente y su
preocupación.
-
¿Y por qué iba a hacerlo? – Rodrigo enarcó con elegancia una tupida ceja.
De
detrás de Rodrigo salieron dos chicos, que asemejaban más el aspecto de guardaespaldas
de discoteca.
A
uno lo distinguí rápidamente, de una pasada, debido a su “historial” como
matón.
Uno
era Héctor Rodríguez, un muchacho de unos dieciocho años, que si se lo hubieran
permitido, hubiera repetido más de ocho veces seguidas 1º de la E. S. O.
Tenía
el pelo castaño oscuro, pero se lo había tintado con mechas rojas y amarillas. Consiguiendo
que su aspecto asemejara el de una gallina.
Al
otro, no lo conocía.
Era
de pelo negro como el azabache, con los ojos claros. No era tan grande, ni
fornido, como Héctor, pero era muy alto y tenía los brazos fibrosos y el torso
musculoso.
Este
parecía un tanto fuera de lugar. Asemejaba más al prototipo de chico bueno, que
de compañero de cacería de Rodrigo y Héctor.
-
¿Qué hay, Rory? – lo chinché,
sabiendo que así lo llamaba su madre - ¿Te importaría dejar de tontear y darnos
la mochila? Tenemos prisa. – hice ademán de acercarme, pero Héctor me dirigió
una mirada de aviso, que alertó a todos mis sentidos de que era mejor quedarse
en el sitio donde estaba. Lo hice.
-
Oh, pero si es Dana. ¿Qué tal están tus padres? Espera… pero si no tienes. –
comenzó a reírse.
Me
sentí palidecer de golpe, como si hubiera recibido una patada en el estómago.
-
No te pases. – le advirtió el chico al que no reconocía, aunque sonó más como
una petición.
-
Bah. ¡Cállate! ¡Quiero divertirme! – protestó Rodrigo, como un niño pequeño en
medio de una rabieta.
Me
agarré el torso con una mano, intentando convencerme de que seguía en pie y no
me había roto en mil pedazos, como yo sentía.
-
Capullo. – farfullé con los dientes apretados. Conteniendo la rabia.
-
¿Qué has dicho? – saltó Héctor, protegiendo a su líder.
- ¡Héctor!
¿No irás a pegarle a una chica? – sonó una voz distinta aquella vez.
De
repente, aprecié que más atrás había otro chico, tumbado contra la pared,
mientras jugueteaba con su teléfono móvil, haciéndolo girar rápidamente entre
sus dedos, con un resplandor plateado.
Se
había quedado apartado, pero podía ver como el sol arrancaba destellos dorados
de su rubia cabellera. Como un halo alrededor de su rostro.
Contemplaba
con aspereza a Héctor, fulminándolo con aquellas dos esmeraldas.
Entonces,
alzó la vista, como si se hubiera dado
cuenta de que lo estaba observando y clavó sus verdes ojos en los míos.
Era
un chico guapo, no podía negarlo aunque lo intentara (además, si algo sabía
apreciar era la belleza ajena) de pómulos marcados y pestañas doradas y
delicadas. Tenía los labios algo carnosos, aunque tampoco podía decirse que
exageradamente carnosos. Eran… apetecibles, debía admitirlo. Su nariz era
delicada, como cincelada a conciencia en su piel de mármol.
Con
todo, nunca hubiera dicho que fuera mi tipo, debido sobretodo a aquel aire de
arrogancia que atinaba a verse en el brillo de sus ojos. Era extraño, dado que
nunca antes le había visto.
Aparté
la vista de él, cuando me dí cuenta de que llevaba demasiado tiempo mirándole.
No era de buena educación hacerlo, por muy apuesto que fuera.
-
… si no me la devuelves te juro que… -
seguía protestando Simon, mientras señalaba su mochila.
-
¿Qué? ¿Vas a pegarme? – algo pasó por la mirada de Rodrigo. Anhelo. Parecía
arder en deseos de provocar a Simon. De que Héctor le pegara.
Héctor
y el otro muchacho empezaron a reír simultáneamente, dándose un aire de idiotas.
-
Bueno, basta ya, ¿no? – grité, furiosa.
Aquella
vez, Rodrigo se unió al coro de carcajadas de los otros dos.
Aquello
me sacó de mis casillas definitivamente.
Me
adelanté, con decisión y le dí un buen pisotón, con la suela entera de mis
bailarinas, con toda la fuerza que fui capaz, en el pie de Rodrigo.
Éste
chilló de dolor e intentó agarrarse la zapatilla con ambas manos.
Me
aparté, satisfecha, con una sonrisa a punto de salir de mis labios.
-
¡Zorra! – gritó Rodrigo, mientras intentaba contener las lágrimas.
Simon
pareció explotar. Corrió hacia este y le lanzó un puñetazo en medio de la
nariz.
Repentinamente,
Rodrigo sangraba y tenía la nariz en una extraña posición. Seguramente Simon se
la habría roto.
-
Esto, para que aprendas. Pedazo de…- la rabia bullía de Simon, desbordada,
mientras su brazo me rodeaba por delante, intentando protegerme. Aquel simple
gesto despertó en mí una inoportuna y agradable sensación de calidez.
Héctor
y el otro chico parecieron despertar de su adormecimiento pronto y cuadraron
los hombros, preparados para pelear contra Simon.
-
¡Eh! ¡Parad! – su voz sonó con claridad.
Dí
un respingo, sorprendida al ver al muchacho de los ojos verdes, sosteniendo a
Héctor por el hombro, con autoridad, sin vacilación.
-
¡Jack! – gritó, frustrado, Héctor - ¿no has visto lo que le han hecho a Rodrigo?
-
¿Y? Que yo sepa, Rodrigo no es un niño y puede defenderse. – agregó con
lentitud, como si le estuviera explicando algo sumamente fácil a alguien que
tuviera muy pocas luces. Lo cierto era que tenía razón.
-
Pero… - intentó protestar, el grandullón.
-
Tampoco es la primera vez que a Rodrigo le pegan un buen mamporro, ni será la
última. – se encogió de hombros, con naturalidad – No os hagáis tanta mala
sangre. Ni que fuerais sus niñeras.
-
¿Pero qué dices? – balbuceó, exasperado, Rodrigo, con una voz tan aguda y
estridente, que me hubiera echado a reír si fueran otras las circunstancias.
-
Vamos, Rodrigo, dame la mochila. – le ordenó Jack, aunque en un tono burlón.
Sonrió,
mostrando toda su dentadura.
Aquella
sonrisa, no sabía muy bien por qué, hizo que me recorriera un escalofrío por la
columna. Parecía la de un niño, cuando está a punto de hacer alguna travesura.
Rodrigo,
molesto, se la pasó, todavía agarrando su malparada nariz.
Los
ojos de Jack, chisporrotearon con picardía al fijarse en los míos. Cargados de
una energía que poco tenía que ver con la simpatía. No. Era algo más.
Simon
lo advirtió.
-
Gracias. – dijo a regañadientes, con una mueca en sus facciones.
-
No hay de qué. – contestó Jack, casi sin inmutarse, pero sobretodo, sin dejar
de mirarme. Resultaba incómodo.
-
¿Me podrías devolver la mochila? – preguntó Simon, con tono hiriente, como si
fuera un perro que intenta marcar su territorio.
-
Oh, ¿por qué tendría que hacerlo? – entonces sus ojos, al fin se desviaron
hacia Simon, con sorna y deleite.
Aquello
fue como una bofetada para Simon y para mí.
- ¿Qué
por qué tendrías que hacerlo? – exclamé, salida ya de mis casillas – ¡Tal vez, porque
no te pertenece!
Una
expresión de deleite se dibujó en el rostro de este.
-
Puede, – murmuró, provocador – pero ahora mismo no tenéis cómo quitármela.
Porque si llamáis a un profesor, Héctor e Izan le dirán que tu amiguito, le ha
roto la nariz a Rodrigo. – señaló al aludido, como corroborando sus palabras.
-
¡¿Qué?! ¡Pero si vosotros le habéis robado la mochila! – me sentí indignada,
frustrada e… ¿intrigada? Aquel muchacho no hacía más que llenarme de intriga.
-
¿Y a quién van a creer? ¿A él, que ya tendrá su mochila para entonces o a
Rodrigo, que tiene sangrando la nariz? – insistió, victorioso, al darse cuenta
de que tenía todas las de ganar.
Me
revolví furiosa.
Simon,
tuvo que agarrarme del brazo para que no fuera directa a caer en su
provocación.
Jack
parecía estar disfrutando cada vez más de aquella situación.
-
Rodrigo no tiene, lo que se dice, “buena reputación”. – solté lo primero que
encontré en nuestro favor, exasperada.
Jack
rió alegremente, como si aquello resultara tronchante.
-
Lo sé, pero la agresión física no está, lo que se dice, “bien vista”. – se defendió.
Me
mordí el labio, conteniendo una nueva oleada de rabia, mal contenida, hasta
hacerme sangrar.
-
¿Y qué queréis a cambio de la mochila? – pregunté, finalmente. Rindiéndome ante
los hechos.
La
sonrisa de Jack fue triunfante, como si hubiera caído en sus garras, tal y como
él esperaba.
Pero,
¿qué otra cosa hubiera podido hacer?
-
No puedes hablar en serio. – dijo Simon, clavando una mirada desesperada en mí,
a la vez que veía como la vena de su cuello se hinchaba, mientras aumentaba la
tensión.
-
¿Por qué no? Un intercambio es buena idea. – comentó Jack, sin perder aquella
sonrisa.
-
¿Y qué quieres a cambio de mi mochila? – le escupió, más que preguntó Simon –
¿Mis zapatos? - se burló
sarcásticamente.
-
Es interesante. – dijo Jack, sin perder la compostura – Pero me interesa más
otra cosa.
Sus
ojos se posaron, con la sencillez de una mariposa, en los míos, con una clara
expresión de desafío, como diciendo: << atrévete >>.
Sentí
como se me hacía un nudo en el estómago, que ascendía hasta mi garganta.
Simon
abrió los ojos de forma brusca, desmesuradamente, comprendiendo finalmente lo
que Jack pretendía. Saberlo, pareció enloquecerlo, como si le acabaran de dar
una patada en medio del abdomen, y soltó una exhalación incrédula y colérica.
-
No puedes pensar en eso. – dijo, hablando entre dientes, como si intentara
controlar su lengua. Sus puños se cerraron fieramente, dejando los nudillos
blancos como la cal.
-
Ya he decidido que quiero a cambio de tu mochila. – los ojos de Simon y los de
Jack se encontraron en aquel instante y pareció que el tiempo se congelara en
aquel instante.
Los
de Jack cargados de aquella extraña electricidad y los de Simon ardiendo con el
fuego propio de la ira.
-
¿Sí? – preguntó Simon, violento, mientras sus manos empezaban a temblar
convulsivamente.
-
Sí. – Jack volvió a mirarme, con un brillo de renovada picardía en su mirada,
como si aventurara cuál sería mi reacción ante lo que pasaría a continuación
- Te daré tu mochila, si ella me da un
beso. Así de fácil.